lunes, 28 de septiembre de 2009
amiga peluche
Kari y yo caminábamos bastante. Kari era como una sombra con tetas y abundante conversación; una chica-chico, una partidaria todoterreno, una compinche edulcorada que bailaba muy bien y cocinaba muy mal. De cierta manera se aproximaba al tipo de amiga que saldría si mezclaras el Adn de tu tía más empalagosa con el de tu hermana con regla.
En la disco El Cielo se bailaba mucho Smiths y yo tomaba mucho gin con gin. Me daba las peores resacas del mundo pero me entonaba muy bien con el ambiente. Noches de felices imprudencias. Bailaba contra el parlante. Kari bailaba detrás de mi. Cada tanto volteaba a ver si seguía ahí como una fiel escudera de aquellas ásperas borracheras en las que ajeno a su presencia me pegaba a otros labios mientras ella esperaba pacientemente a que tal vez pueda acompañarla a su depa para que llegue sana y salva. A veces se daba, a veces no. Al día siguiente escuchaba su voz en mi puerta buscándome para que la acompañe a la universidad, para que le preste mi máquina de escribir o simplemente para salir a caminar. No puedo negar que su firme escolta en ciertos momentos me venía bien, pero tenerla tan cerca que comprometía a acabar de acompañante a su casa después de las fiestas y claro, tenerla en la mía cada vez que ella quisiera usar su tiempo en querer proponerme un plan maestro. Lejos de toda señal que encienda una emoción distinta a la que me permitiera mirar con ella el sunset sin querer morderle el labio (el que sea) me acostumbré a su irremediable compañía a través de los meses, tiempo juntos en los que escuché sus interminables historias y ella me aconsejó tras escuchar las más oscuras de las mías, probé de su sazón de pre-principiante y terminé por tomarle un poquito más que cariño.
Cuando Kari cumplió 19 hizo una fiesta muy The Cure, con todos sus amiguitos de boca pintada que querían amarla y besarla. Mucha ropa negra, cerveza y ochentas. Llegué tarde y borracho pero ella se iluminó al verme llegar. Uno de sus amigos gay se acercó con una Polaroid y Kari me abrazó. Nos congelaron el momento. Esa noche bailamos mucho y no hubo quién me acompañe a casa en mi melopea de tinto barato. Luego vinieron tiempos de una inquietante paz. Su repentina ausencia escapaba a mis pronósticos del tiempo en una Lima eternamente solitaria y fría. De pronto, cuando acepté que había recuperado mi libertad, desperté con la puerta por derribarse y me encontré con una Kari nerviosa y con un sobre en la mano. Toma - dijo alcanzándome el pequeño paquete - léelo y dime qué piensas. Se sentó a mi lado en la puerta de mi casa a observar en silencio como del sobre caían en mis manos una foto polaroid de ambos abrazados la noche de su cumpleaños y una carta con pésima caligrafía donde con palabras dulces me declaraba todo su amor. Me quedé en silencio. Kari dijo después de un esfuerzo titánico - y... qué piensas hacer? Me pegué la foto como si fuera una tabla de salvación. De pronto el soundtrack del instante fue la triste y desesperada melodía de sus tacones golpeando la pista a velocidad. Cuando levanté la cabeza alcancé verla doblar la esquina limpiándose la cara.
Pasaron varios años y los tiempos de aula se cambiaron por horas de trabajo. Nos llenamos de experiencia, arrugas y malicia. Nos volvimos hombres y mujeres. Muchas cosas cambiaron con eso también. Una noche en cierto evento reconocí a una Kari muy mujer, copa en mano conversando animadamente con dos pelados en terno. Me animé a acercarme. Ella me reconoció de inmediato. Se apartó del grupo para quedarse conversando conmigo y nos encapsulamos fuera de la reunión. Luego salimos y no paramos hasta que la noche se comenzó a despintar. Ofrecí acompañarla a su casa, haciendo una broma tonta que evocaba viejos tiempos, así que llegué hasta su nueva morada en un edificio moderno de un barrio moderno lejos de donde solíamos andar. Nos quedamos en la puerta un momento e inevitablemente la quise besar. Cuando me acerqué me esquivó sutilmente. Luego dijo muy segura - y... qué piensas hacer ahora?
En el silencio de esa calle en madrugada sólo me hacía compañía el sonido triste y resignado de mis pasos golpeando la vereda.
Dudo mucho que Kari me haya visto alejarme.
...
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¡me ha gustado!
ResponderEliminara veces lo que uno quiere, está muy cerca, y es tan escaso
ResponderEliminar...traigo
ResponderEliminarsangre
de
la
tarde
herida
en
la
mano
y
una
vela
de
mi
corazon
para
invitarte
y
darte
este
corazon
que
viene
para
compartir
contigo
tu
bello
blog
con
un
ramillete
de
oro
y
claveles
dentro...
desde mis
HORAS ROTAS
Y AULA DE PAZ
TE SIGO TU BLOG:
QUIERO SER SANTO
CON saludos de la luna al
reflejarse en el mar de la
poesia ...
AFECTUOSAMENTE
MIGUEL
jose
ramon...
buena historia, asi pasa cuando sucede pues
ResponderEliminarTodo vuelve, dicen por ahí...
ResponderEliminarTe invito una copa por casa, si gustas.
Abrazo
el mundo da vueltas,
ResponderEliminary la vida tambien, dicen por ahi...
esa es una de las que nos pueden dejar un poco mareados, es cuestion de pegar bien los pies al suelo y recuperar el equilibrio...
abrazo emeee
Te sientan bien los cambios :)
ResponderEliminarvaya, ahora me han dado ganas de ser santo a mi tambien!
ResponderEliminarUna historia así nunca falta en la época universitaria y alguna veces se prolonga y otras veces no.
ResponderEliminarTu post es un perfecto homenaje para todos las y los Karim que nos han querido.
Un abrazo