domingo, 17 de octubre de 2010

cosa de niños


Odio el sonido del timbre de recreo. Odio más la algarabía que desata el momento. No me queda otra más que salir de al patio salvaje. Estoy prepradado para todo.
Ahí están otra vez, murmurando a mis espaldas. Puedo sentirlos sumando sus desnutridas capacidades para burlarse de mi, como si en el mundo no existiera nada más que mi presencia dándole la espalda a sus pobres vidas, inmóvil, encorvada, sumergida amargamente en un libro-salvavidas.
Puedo sentir sus risas contenidas y las imágenes que construyen alrededor de mi persona. Puedo verlos hilando mediocremente cuatro tontas palabras como notas disonantes de una sinfonía patética creada para herir "inocentemente", como suelen definir los pseudo psicólogos a los incautos padres de familia, por favor, no nos preocupemos, es cosa de niños.Queda claro que si los mirara de frente no se atreverían, pero esta vez elegí finjir que no los escucho, permitir que así lo crean y obsequiarles un instante foto/postal que, si decido también, recordarán el resto de sus vidas como una anécdota cruel y borrosa, un episodio que les quitará el sueño una vez que aquellos calvos, obesos y apáticos compañeritos vean correr a sus críos como autómatas rollizos y chillones en algún espantoso parque un domingo cualquiera. Quizás entonces, en la quietud de la noche, cuando vayan a acostarlos y darles un dulce beso, yo sea sus pesadillas. Pobres tipejos sin corazón viviendo bajo la ley de ganarle a otro y a costa de maldad.
Ahí vuelven, con esas risas colectivas e histéricas, alardeando de su talento para clavarme etiquetas bizarras y emparentarme con las más fétidas especies de su imaginación pasmada. Debería de una vez concretar mi venganza. Pensar que hace sólo 93 horas casi le arranco el ojo a uno de ellos con una cuchara. Disfruté plenamente la proyección; antes que el infortunado terminara su patética burla tras mi paso indiferente, saco de mi bolsillo derecho una hermosa cuchara de acero inoxidable (eliminé el detalle del óxido porque me pareció un exceso, así como la alternativa de usar tenedor ya que me parecía demasiado fácil y evidente como objeto de agresión)  volteo lentamente sobre mis pies hasta quedar delante de él. Entonces registro el compás final de su broma mientras le acerco lentamente la cuchara impecable a su cara, obsequiándole así un último reflejo de su niñez ("tan lindo, si se parece a su padre")  con la mirada completa naciendo en sus dos hemisferios. Seguidamente hundo el utensilio con fuerza en su cavidad ocular y extraigo su globo íntegro, como quién saca una pequeña porción de helado. Luego, un silencio ambiental deja el espacio pleno a merced de unos escandalosos alaridos rojo sangre. Deleite pleno.Esa sí sería una impactante foto/postal que no se atreverían a revivir voluntariamente pero que sin duda estaría eternizada en sus memorias para siempre.Qué lindo recuerdo de los años en el colegio verdad? Imaginemos por un segundo esa promoción de graduados que me recordarían para siempre.
Para siempre...por qué no? Inevitablemente ahí estarán, siguiendo con su juego cruel y lo más certero: seguirán a menos que haga algo.
Lo tengo claro ahora; dejaré que sigan murmurando a mis espaldas, que sigan burlándose de mi, pero antes que termine este estúpido recreo y vayamos a la clase de historia, lo haré y no habrá mañana más historia que ésta.
A ver quién se burlará de mi entonces, a ver pues.

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sábado, 9 de octubre de 2010

cama adentro


Estábamos Teo y yo tomando cerveza y conversando sobre aquellos vicios de niño cretino, majaderías de púber y cosas así. Teo me cae bien. No es muy sociable, pero por alguna razón encuentra muy cómodo conversar conmigo. Teo comentaba sobre lo poco probable de que hoy un chico tenga una Penthouse, Playboy o  Hustler en su armario, bajo el colchón o escondida en un cajón. Se reía de aquella romántica visión de la revista pornográfica con las  hojas pegadas, hecho que entre los amigos dejaba clara evidencia de las proezas masturbatorias del dueño consumadas sobre la sublime publicación. Recordaba aquellas erecciones pueriles y repetía que el día que no despiertes con una mega erección debes preocuparte porque o te la mató el matrimonio o ya te hiciste muy viejo.
Se sirve otra chela, piensa un instante  y dispara - oye, tú nunca te tiraste a la empleada doméstica de la casa? Aunque no tuve ese tipo de experiencia, recuerdo que en el colegio nunca faltaba alguno con historias de muchachas que llegaban de provincia a trabajar en casas de familias medianamente acomododas y que en sus noches de calentura incitaban a los señoritos a que le agarren una teta, dejaban que la vean en ropa interior cambiándose con la puerta semi abierta o cosas así.  Entonces Teo me cuenta sobre un amigo que un día le confesó que cuando bordeaba los 16 se enamoró de una imponente cusqueña que su madre, divorciada años antes de su padre (el pusilánime caballero era además un policia retirado y tenía una paupérrima pensión), luego de  irse con su nuevo y acomodado marido, pensó que podría trabajar en ese hogar  donde su ex y sus 3 hijos varones, solos y a su suerte, encontrarían alguien que los ayude en el día a día doméstico. La idea fue asignarles una correcta y responsable muchacha de provincias, de plena confianza,  alguien que ponga en orden y administre esa casa llena de hombres. Y llegó a su casa esta cusqueñota de 26 años, tobillos gruesos y sonrisa fácil. Resultó que aquel amigo se enamoró perdidamente de la trabajadora del hogar y casi se suicida en plena crisis de adolescente no sólo cuando la encontró sobre la cama de su padre en pleno coito con el hermano mayor, sino cuando descubrió que además se acostaba con todos  en la casa, papá incluído. Al parecer este amigo le escribía cartas de amor a la cusqueña y se las dejaba debajo de su puerta, cartas que nunca hicieron que ella siquiera le corresponda. Aparentemente la chica disfrutaba demasiado su condición de concubina de la familia, sin hacerse mayor rollo con los horarios para las sesiones amatorias, salvo porque el más joven de la casa le declaraba su amor con poemas en rima escritos en hojas de cuaderno y con pésima ortografía. En un arrebato pasional el señorito frustrado y dolido le cuenta entre lágrimas todos los hechos a su madre y la mamá inmediatamente echa a patadas a la pobre serrana dejándola no solo sin trabajo en casa de barrio bonito, sino también sin los favores del señor de la casa y de los 3 señoritos.
Le pregunto a Teo si sabe qué hizo entonces la muchacha y me dice con un tono algo serio no sé, seguro se volvió al Cusco. Y sobre el amigo, resulta que sufrió mucho, por amor y también de dolor porque entre el viejo y los hermanos lo agarraron a patadas por cojudo. Luego de eso la señora envió a una mujer de 45, cama afuera y con bigote, para que mantenga limpia y ordenada esa casa.  Yo me reí de la historia diciendo que efectivamente hay que ser bien cojudo no sólo para enamorarse de la muchacha que trabaja en casa, sino además descubrir todo ese rollo sexual-familiar y correr a contárselo a la mamá. Teo me quedó mirando fijo y apuró la cerveza. Tras un suspiro se levantó, se despidió muy tranquilo y quedamos en juntarnos con toda la banda en mi nuevo departamento. Acababa de mudarme y necesitaba instalarme del todo, poner las cosas en  orden e intentar domesticar mi nuevo hogar. Planeamos en ese momento un open house para que todos lo conozcan y colaboren con algunos artículos para el depa.

El open house prometido  nunca se hizo, pero me animé por una pequeña fiesta cuando todo estuvo listo y en orden. Ubiqué a la banda completa pero no conseguí ubicar a Teo. La noche de la fiesta conversábamos animadamente entre copas hasta que alguien preguntó por él.
Max, que también lo conocía un poco,  dijo mientras servía unos hielos - no lo ubiqué, pero vi unas fotos recientes en su facebook, en Cusco, con una señora. Fácil es su tía, no sé. 

Por cierto, he notado que la señora que me ayuda con la limpieza del departamento también tiene bigote. Un poco, creo.

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